lunes, 8 de noviembre de 2010

Si los Reyes de España supieran...

Desde hace unos meses, especialmente desde la intervención en Barcelona del Rey, se viene especulando nuevamente sobre la continuidad del régimen monárquico. Si uno se fija, los grandes cambios políticos en España se han dado en periodos difíciles económicamente hablando: durante el Crack del ’29, con la crisis del ’76,…

Nuestro precedente más cercano, la II República, es un referente digno de ser admirado. Sin duda el gran número de escuelas creadas, la amplitud de derechos,… son hechos que aún hoy se admiran. Pero quizá, a la hora de reivindicar una III República, estamos cayendo en el error de equiparar una situación como la de los años ’30 en España con la actual. Para bien o para mal, son situaciones radicalmente distintas, y el querer una república calcada de la de 1931 no es un acierto por incompatibilidad, la sociedad española la evolucionado, y la república es la expresión misma de la sociedad.

A muchas de las personas que se les recuerdan los tiempos de Azaña, Gil Robles, Largo Caballero o Lerroux se les saltan las lágrimas de la emoción, no es para menos. Pero a muchas otras les recuerda a iglesias en llamas, monjas violadas,… el Franquismo se encargó de que la República fuese recordada de ese modo tan nefasto y desdibujado.

Por tanto, hemos de darnos cuenta de que no podemos pretender que esas personas voten a favor de un hipotético SÍ a la República. No digo que se les intente engañar, ni mucho menos, sino aclarar. En primer lugar, se ha de hacer un reconocimiento expreso por parte de las instituciones a la II República como el periodo más democrático de la Historia de España, al menos hasta antes de 1978 (aunque no soy de esa opinión, pero bueno). Una vez hecho esto, lo que se debe de tratar es enfocar una III República Española como un régimen de modernidad a la altura de otras naciones europeas, hacer ver que la Monarquía, al fin y al cabo, ha sido un elemento más de la Transición.

Cualquiera sabe que la instauración de la república en 1975 hubiera significado una ruptura demasiado brusca para una mayor parte de la sociedad española. Pero hoy día es distinto. Somos un país desarrollado, que ha salido del atolladero histórico en que nos encontrábamos y que tiene un gran peso en el conjunto de la Unión Europea. Es por tanto necesario que esa modernización sea completa. El representante del Estado español debe ser alguien elegido directamente por los ciudadanos. Algunos dicen “imagínate que nos toca un Aznar de Presidente de la República”, bueno, es posible, pero a los cuatro años se le puede echar del asiento. Sería ingenuo también pensar que con la CE de 1978 se refrendó el régimen monárquico, ¿acaso había otra opción? No se dio.

Por parte de los alérgicos a la república, estos serían mis argumentos, pero por parte de los idílicos del régimen republicano, hay que darse cuenta de ciertas cosas. Los grandes problemas que afectan al conjunto de la sociedad española, como son la vivienda, el desempleo o la precariedad laboral no pueden ser solucionados de un plumazo con el advenimiento de la república, porque recordemos, que es algo que muchos olvidan, que una república puede ser de izquierdas… pero también de derechas. Ese es otro de los grandes errores que se comenten, el vincular directamente a la república con la izquierda, olvidando que partidos como la CEDA formaron parte los gobiernos republicanos. Como decía, no se puede confiar ciegamente en la República para solucionar todos los problemas, aunque puede sentar la base, claro.

Por tanto, ante la muerte de Juan Carlos I, lo que se debería abrir es un debate sobre el futuro de España, porque no nos confundamos, España no es monárquica, es juancarlista, y eso, con la muerte de Juan Carlos, termina. Por parte de partidos como el PSOE, republicano y federalista por estatutos, lo que a mi como militante me gustarñia que se afianzase, sin miedo alguno, es esa defensa de la República tan necesaria que a día de hoy únicamente reivindica de modo visible Izquierda Unida en cuanto a grupos parlamentarios se refiere.

Salud, y república.

lunes, 1 de noviembre de 2010

No es para reirse

He de decir que a pesar de las innumerables horas libres que he tenido este fin de semana tan largo, no sabía sobre qué escribir esta semana. Pero, una vez más, El País me ha inspirado. En la edición impresa de hoy domingo, figuraba a doble página una entrevista al “líder” de la oposición y Presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy.

Entre las muy esperables afirmaciones acerca de la incapacidad del Gobierno para salir de la crisis, más ahora que el “terrorífico” Alfredo Pérez Rubalcaba es el nuevo hombre fuerte del Ejecutivo, destacaban otras frases que, a mi juicio, dan pavor.

Desde hace algunas semanas, con motivo de las elecciones legislativas en Estados Unidos, los medios nos revientan los tímpanos con el conocido como Tea Party, un movimiento ultraconservador nacido en 2009 como reacción a las políticas del Presidente Obama relacionadas con el control fiscal y la sanidad universal. El movimiento, que aboga por volver a los orígenes filosófico-constitucionales americanos, está encabezado por Sarah Palin y se ha convertido en el ala más radical del Partido Republicano.

Es precisamente en este movimiento donde la derecha española ha encontrado su referente. Frente a una derecha europea más seria (aunque derecha al fin y al cabo) como la alemana o la francesa, el PP y más concretamente su “lideresa” Esperanza Aguirre, muestran una amplia sonrisa al referirse a los principios del Tea Party.

Bien es verdad que Mariano Rajoy, al igual que el alcalde de Madrid Alberto Ruiz-Gallardón, ha representado siempre el ala moderada de su partido. Por eso, su mirada se dirige hacia otro punto de referencia importante para la derecha anglosajona: el Primer Ministro británico, David Cameron.

A algunos les suena hasta simpático escuchar qué referentes tiene la derecha española., pero desde luego no es para reírse.

Si bien normalmente hablaría como defensor de las políticas del Partido Socialista, hoy hablo como un español más. Los carices que está tomando la derecha, especialmente a raíz de la crisis económica global, pasan por lo que es una completa destrucción del Estado de bienestar. A algunos les sonará muy lejano, pero David Cameron mamó de las políticas neoconservadoras radicales de Margaret Thatcher de los años '80, las cuales convirtieron al Reino Unido construido por los laboristas en el paraíso de la empresa privada surgida de los bienes públicos. Quien haya estado en Londres o en cualquier otra parte de Gran Bretaña, habrá reconocido, por ejemplo, las múltiples empresas ferroviarias que operan allí, la Southester Company, la Northern Rail Network,… o incluso el Underground londinense frente a empresas públicas monopolistas como la Renfe española o la Deutsche Bahn alemana.

Pongo estos ejemplos por ser europeos, pero si cruzáramos el charco y llegáramos a Estados Unidos, un país donde el querer la cobertura sanitaria universal gratuita conlleva tachar a su presidente de comunista, sencillamente no nos quedaría más que caer en la desesperación.

En España, este proceso comenzó durante la primera legislatura de Aznar en el Gobierno. En aquellos años, la hasta entonces conocida como Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE), empresa pública desde su fundación en 1924, pasó a llamarse sencillamente Telefónica S.A. y a ser gestionada de forma privada. Pronto los españoles comenzamos a ver como la liberalización salvaje del sector hacía subir más y más las facturas de teléfono fijo y la de la por entonces emergente telefonía móvil.

En otros ámbitos como la Sanidad, transferida a las CC.AA en los años ’90, la Comunidad de Madrid es experta en el llamado “proceso de capitalización”. Hospitales como el de Getafe, Fundación Jiménez Díaz o Clínico San Carlos tienen su gestión privatizada, lo que lleva a actuar como una empresa privada, es decir, buscando el máximo ahorro y el máximo beneficio, lo que se traduce en utilizar únicamente el material médico indispensable.

Resulta paradójico que si miramos al resto de Europa, a países como la Alemania de Merkel, podemos observar que el prestigioso legado del SPD en cuanto a Estado de bienestar y empresas públicas, apenas ha sufrido modificaciones. Es entonces cuando nos preguntamos, ¿qué le ocurre entonces a la derecha española?

Desde luego, como persona de izquierdas que me considero, ese no es mi problema, pero hay que estar muy atento, porque no es cosa de risa el pensar que si la derecha llega al poder en este país, podemos ir despidiéndonos de empresas públicas como Renfe Operadora, Adif, Correos, AENA o RTVE.