jueves, 12 de enero de 2012

"In veritate concordia"


Como muchos que me conocen saben, en este momento estoy cursando el 4º curso de la Licenciatura de Ciencias Políticas y de la Admón. en la Universidad Complutense de Madrid. Sólo me queda un año, con suerte, para acabar la carrera: el año de especialización.

Lo cierto es que, aunque uno quiera engañarse con el "Bueno, ya pensaré lo que hago cuando llegue el momento", la idea de qué rama escoger para especializarme es algo que llevaba varios meses agobiándome. La duda principal era entre dos vías, muy similares: Relaciones Internacionales o Unión Europea. Cualquiera de las dos sería buena, el ámbito internacional se me ah dado bien en estos cuatro años, pero después de una de esas conversaciones que parecen vanales en las horas libres en la Facultad, al Sol del invierno, con mi buen amigo Salva, la cosa está muy clara: UNIÓN EUROPEA.

Esta introducción no es ni mucho menos para contar mi vida porque sí, ya sabéis que en La Terracita de Plaka hablo sobre todo de política, sino porque muchos os preguntaréis ¿Unión Europea? ¿en estos momentos?. Pues sí.

Es precisamente en estos momentos tan difíciles cuando me hace aún más ilusión aprobar unas oposiciones, perfeccionar mi inglés o aprender francés e irme a trabajar a Estrasburgo (es que Bruselas no me gustó mucho cuando fui, jaja).

Si algo ha dejado de relieve la crisis económica (y llegados a este punto, seamos sinceros, también política) es que la "fraternidad" de los 27 estados no era más que una ilusión. Podemos estar horas debatiendo si la más o menos saneadas economías francesa y alemana legitiman a sus élites políticas a llevar las riendas de Europa.

De acuerdo también en que Merkel y Sarkozy han demostrado ser líderes políticos en sus países, a veces casi más en el ámbito exterior que en el interior (especialmente en el caso francés). Pero en Europa seguimos siendo 27 socios.

No pienso enfangarme aquí en datos económicos, de paro, de sistemas financieros o del €uro, sino que quiero, y permitídselo a este joven europeísta, apelar a los sentimientos.

Cuando Adenauer, Monnet y Schumman soñaron con su proyecto de Europa, no querían que fuese el reflejo de la África colonial pero en el continente, no querían una Alemania y una Francia paternalista, sino que querían dejar atrás los rencores y odios que habían suscitado las dos Guerras Mundiales y decirle al mundo: Mirad, Europa sí puede trabajar unida. Y es ese mismo espíritu el que debemos recobrar ahora, no podemos estar con estos problemas de "a éste no le han invitado a la cumbre", o "A los húngaros ya les llamaremos que ahora bastante tienen con lo suyo", NO. El Consejo Europeo debería dejar de ser el centro del poder comunitario, el poder debe estar en el Parlamento y la Comisión. No podemos seguir contentándonos con que en las elecciones a ese parlamento vote un 30% de los ciudadanos.

Y no lo digo ya porque eso beneficie al PP o no, sino porque Europa, la verdadera Europa (no ésta que nos impone unos objetivos de déficit asfixiantes que ni siquiera cumplen los principales miembros) es la que introdujo el IVA para ser más equitativos, la que ayuda a nuestros agricultores o la que nos lleva la Alta Velocidad a las ciudades, la que nos construye caminos desde Algeciras hasta los límites de la antigua Unión Soviética. No quiero que se interprete que sólo me gusta la UE por las ayudas: las medidas como el control de la producción agrícola o el saneamiento de la economía para lograr el €uro (otra cosa es cómo lo hizo el PP).

Europa es como el Título I de nuestra carta magna, "Derechos y deberes fundamentales", pero debemos cumplirlos todos y en igualdad real de condiciones. Cuando consigamos esto, podremos mirar de nuevo orgullosos a ese campo azul con 12 estrellas (que no representan a los países, error muy común, sino que el 12 es "el número perfecto") y volveremos a emocionarnos al oír, mientras ondea, la Novena Sinfonía de Beethoven.